Planeando a 2G sobre el Chicamocha

mayo 22, 2008 • Publicado en Viajes
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El Cañón del Chicamocha es una de esas maravillas naturales que todos los colombianos deberíamos visitar alguna vez en la vida; ante su presencia se despeja cualquier duda de lo maravillosa que es la naturaleza, millones de años han sido necesarios para que el río construya la imponente imagen del cañón, y uno comprende que para la Tierra nuestro paso por ella es apenas un suspiro; por el contrario para nosotros Gaia lo es todo.

El guía nos había citado a las 7:30 en el malecón de San Gil para alcanzar a llegar al sitio de despegue un poco antes de la hora propicia para iniciar los vuelos en el cañón del Chicamocha. El lugar que ha sido adecuado para tal fin queda sobre el filo de la montaña, y para llegar a él se debe tomar el desvío que está unos kilómetros antes del Parque Nacional del Chicamocha -PaNaChi para abreviar-.

Al arribar a la sima las condiciones aun no eran óptimas, y fue necesario esperar un poco. Volar en parapente no es cuestión de fuerza sino de ciencia y para usar las leyes de la física a nuestro favor se debe buscar el momento propicio. El piloto miraba al horizonte oteando las aves en busca de corrientes térmicas, y en especial observaba hacia el sitio donde debería estar el ‘ascensor’, término con el cual se denominan a las corrientes residente, y cuando vio aquello que esperaba hizo una seña, se puso el arnés del tandem desde donde Christina -la turista norteamericana que conocí en las cascadas de Juan Curí- iría como sobrecargo y corrieron colina abajo; el viento hizo su parte y sin más esfuerzo estaban volando.

El empuje para elevar el peso de Chris es menor que el requerido para sostener el mio, y como las corrientes térmicas apenas se estaban formando decidimos que sería ella la primera en volar. Abajo yo observaba cómo se perdían de vez en cuando tras una colina para luego salir en busca de alguna corriente térmica que los ayudara a encumbrarse de nuevo, y cuando la encontraban subían lo más alto posible para luego pasar rasantes sobre la zona donde yo esperaba, luego continuaban planeaban sobre las colinas, mientras se hacían cada vez más pequeños y el cañón los iba consumiendo.

 
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Absorto miraba el infinito donde un avión había dejado su estela, luego bajaba la mirada hacia el horizonte, en donde la grandeza del cañón me rodeaba sin dejarme ni un espacio para escapar. A cualquier lugar donde mirara estaba él, inmenso y majestuoso.

Al acercarse la hora de aterrizar volvieron en busca de la térmica residente, dieron unas vueltas para elevarse y quedó claro el ‘ascensor’ no tenía la fuerza necesaria para remontarlos. Poco a poco fueron cayendo más abajo en el cañón, buscando un lugar dónde descender, y pasados unos minutos vi cómo aterrizaban en una playa junto al río.

Mientras bajaba hacia el carro me comuniqué con el piloto para preguntar por el camino que debía tomar para ir por ellos, pero cometió un error de apreciación y me guió por la ladera contraria camino a Cepitá. Cuando no había duda que ese no era el camino -desde un principio me lo había temido- llegué a un lugar en donde el cañón ofrece una vista para nunca olvidar, y justo cuando estaba observando aquel cuadro inmenso volvió a llamar para corregir el lapsus, un error que tuvo un muy buen resultado y por el que tendrían que esperar unos segundos más mientras tomaba algunas fotos.

Minutos después bajaba por la vía correcta donde unas cuantas curvas más adelante estaban esperando.

De vuelta a la sima las condiciones habían mejorado. Sin demoras montamos el equipo y minutos más tarde corríamos colina abajo. El piso se fue alejando cada vez más rápido y las cosas empezaban a pasar con tanta celeridad que sentí algo de vértigo, pero mientras pasaba el tiempo me fui acostumbrando a la sensación. El vuelo se hacía muy estable por mi peso, claro que lo de estable es un decir porque en realidad era muy movido, y aveces perdíamos algo de sustentación, pero nunca sentí estar en riesgo. Volar es cuestión de respeto, si hay miedo no se llega a disfrutar la experiencia. El piloto dio algunos giros cerrados para buscar térmicas, y mientras girábamos alcanzamos fuerzas de 2G que hacían sentir mi cuerpo tan pesado que hasta nausea daba.

Volamos buscando corrientes ascendentes que nos elevaran un poco más; y el ascensor volvía a estar en servicio así que para los casos críticos disponíamos de una térmica de apoyo. Algunas nubes cargadas generaban cambios de presión de los que podíamos valernos para subir un poco más.

Mientras pasábamos rasantes sobre la sima el piloto habló sobre una experiencia de vuelo en la que se comparte el cielo con los cóndores, y mientras lo escuchaba imaginaba el temor que se sentiría al volar a la par con aquellas aves cuya envergadura alcanza a ser la mitad del ala del parapente. También comentó de un viaje de más de 4 horas que se hace desde donde estábamos hasta San Gil, pero que la experiencia solo se puede hacer en verano.

El cañón toma una perspectiva muy diferente mientras se sobrevuela, ver el recorrido del río bajo los pies es majestuoso, y más aun cuando uno alcanza a dimensionar el tamaño del espacio que ha abierto durante su curso.

A la hora de bajar se repitió la situación del vuelo anterior. La térmica residente no aparecía y las restantes se hicieron pequeñas y no eran capaces de elevarnos. Mientras bajábamos hacia la playa pasamos sobre las torres del teleférico en construcción y sobrevolamos la carretera. Cuando estábamos sobre la playa el guía volvió a hacer algunos giros cerrados para bajar más rápido y volví a sentir mi cuerpo pesado.

Al volver a estar en pie me sentí frío y un leve mareo hacía que mi cabeza diera vueltas, pero eso no es nada en comparación a la sensación de inmensidad que me embargaba. Si van a volar en parapente recuerden llevar un saco para no perder calor durante el vuelo.

Diez minutos después llegaba Chris, la norteamericana que se había dejado contagiar por los colombianos y que aveces se refería de sus compatriotas como ‘los gringos son’.

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