Requiem por una Orquesta

junio 5, 2009 • Publicado en Arte• Lifestyle• Punto de Vista

Cuando siento que mi espíritu se desmorona entre fantasmas y tormentos recurro a la música para hacer llevaderos estos trances, y cuando digo música esta vez no me refiero a aquella música en la que solo soy un oyente, sino a la música en donde hago parte de su creación. Hacer música hace que mi espíritu vibre hasta el paroxismo, un trance del que vuelvo con la tranquilidad necesaria para afrontar la realidad en su justa dimensión, porque al interpretar un instrumento hago consciente aquel lado sensible que por la fuerte y en ocasiones inhumana realidad tiende a endurecerse. No por nada la música ha sido catalogada dentro de las artes liberales -aquellos saberes cuyo propósito ha sido el ofrecer conocimientos generales y destrezas intelectuales a los hombres libres-, y la música es, según mi experiencia, una vía directa al encuentro de aquel lado sensible de nuestra realidad como seres humanos, la parte que vibra con las cosas bellas de la vida.

Aquellas artes transformadoras, las que crean estados sensibles, disponen de medios que van más allá de la idea tácita. Uno puede sentir el dolor, el miedo, la alegría y el llanto como parte de los sentimientos expresados en una obra de arte, sin que medie aveces palabra alguna. Ese es el arte que toca fibras y que nos descubre como seres humanos, y por eso cantamos bajo la ducha, dedicamos un poema, tarareamos una tonada de la que aun no sabemos la letra, bailamos con nuestra sombra o pintamos nuestro cuarto a nuestro gusto, porque somos sensibles, porque somos humanos, y porque es es necesario dedicar tiempo a estas artes con el objeto de alimentar nuestro espíritu.

Cuando por alguna razón me siento sucumbir entre tormentos y fantasmas, la mejor cura para el alma siempre ha sido -y de seguro que en adelante siempre será- hacer música, y el día en que no disponga de un piano o una guitarra para acompañar mis sentimientos entonces cantaré, pero el día en que también la música me falte supongo que la realidad irá endureciendo mi sensibilidad, porque ese día habré perdido el abrasivo con el cual exfoliaba la piel muerta que se acumulaba en contacto con la dura realidad.

Orquesta Sinfónica de Caldas

El día que me falte la música, no para escuchar, sino aquella música que sale de mis manos y acompaña mi voz, estaré olvidando poco a poco que soy un ser humano, corriendo el riesgo de ser tan solo un ser más, y hoy que mi pueblo blanco ha olvidado la música sensible, aquella por la cual se descubre inmortal, me preocupa el riesgo al que se enfrenta al perder poco a poco esa parte humana que la define, dejando en el olvido la posibilidad que tenía de descubrir la belleza en la armonía de la Sinfónica, ¿qué esperanza le queda ahora para descubrir su sensibilidad si esta acción margina un proceso que había alcanzado niveles de reconocimiento nacional y en forma lapidaria sentencia el futuro de otros proyectos que sigan por este rumbo? Cuando la realidad se mide exclusivamente por parámetros económicos y descuida los beneficios sociales, es signo de una sociedad que está olvidando aquello que la hace humana, y mientras más nos alejemos del arte más difícil se hará volver a encontrar el lado humano que define nuestras sociedades; pero por lo visto Manizales y Caldas tienen otras prioridades, y su alma dormida apenas trató de explicar y comentar sobre la pérdida de la Sinfónica, tal vez por cuenta de la callosidad que se hizo sobre la capacidad -en apariencia olvidada- de vibrar con la belleza. Nos falta música, nos falta arte, y la poca que como sociedad aun conservamos la estamos dejando en el olvido.

Hoy la Sinfónica de Caldas dejó de interpretar, y nuestra sociedad perdió uno de los medios más poderosos para descubrirse humana.

Dejar un Comentario