Los cangrejos colombianos
septiembre 15, 2011 Publicado en Punto de VistaHey you, don’t tell me there’s no hope at all.
Together we stand, divided we fall.
Hey You! – Pink Floyd
Cuando Lysenko declaró en Agosto de 1948 que “un enemigo de clase es siempre un enemigo de clase, sea un científico o un patán”, sus palabras de adulación al régimen condenaron a los agrónomos soviéticos al rezago por casi una generación. Lysenko buscaba demostrar que los ideales socialistas podían ser aplicados a la agronomía y para ello ocultó los resultados que contrariaban sus postulados, error que conllevaría junto con otros factores a la posterior desintegración de la Unión Soviética. De esta historia los investigadores y científicos han aprendido que para ampliar los límites de la ciencia se debe exigir rigurosidad en la metodología, asegurando de esta manera que sea el método de investigación el que se ajuste a la realidad y no la realidad la que se ajuste al método.
Investigar será siempre una búsqueda constante por la verdad, aun ante el ineludible sino trágico que condenó a la humanidad a nunca alcanzarla en su totalidad, como ya ha sido demostrado por muchos autores. Pero aun tratándose de un imposible, no hay excusa que los investigadores puedan esgrimir para no buscarla; la ética así lo demanda: debemos ser buenos aunque la maldad nos aceche, debemos tratar bien al prójimo aunque los demás ultrajen a sus pares, debemos ser puntuales aunque los impuntuales nos rodeen, debemos ser fieles aunque el adulterio sea norma estadística, debemos ser racionales aunque nos rodeen los irracionales, pero sobre todo debemos ser humildes para reconocer que nuestros principios y creencias podrían no ser correctos, que cometer errores es de humanos y que aprender de ellos es de sabios.
Pero no solo en las grandes esferas del conocimiento es necesaria esta búsqueda celosa por la verdad, de hecho la verdad es necesaria en todo proceso catártico y los colombianos necesitamos con urgencia discutir sobre nuestros errores para hacer catarsis de nuestros dolores acumulados. Es sano y necesario, porque de lo contrario seguiremos guardando palabras que lanzaremos con odio ante la siguiente contrariedad, guiados por la rabia acumulada tras generaciones de violencia y de corrupción con la que otros alcanzan en forma inescrupulosas lo que se supone debe ser una posibilidad común a todos los colombianos. Esta realidad ha creado en el colombiano una predisposición a reaccionar sin meditar sus actos, sin tomarse el tiempo para analizar todas las pruebas de que dispone, con tal rencor acumulado que sin análisis previo va colocando en la misma bolsa tanto a buenos como a malos, como si nos carcomiera la envidia y nos molestara que otros alcanzaran lo que nosotros, por burocracia corrupta o por incapacidad propia, no hemos logrado alcanzar. El grueso de la población colombiana está predispuesta a ocultar todo aquello que no apoya su postura, no medita las consecuencias que traerán sus actuaciones y pierde la perspectiva cuando centra su atención en aspectos personales.
Debemos salir de esta espiral enfermiza de odio, rabia y envidia. Debemos aprender a medir nuestros actos, a no prejuzgar, a contener nuestros impulsos, y a asegurarle a todo aquel con quien nos enfrentemos en la vida una actitud justa en nuestras apreciaciones. Porque la ética así lo exige, porque la sociedad así lo demanda.
Por mi parte aplaudiré toda iniciativa que busque desenmascarar las injusticias que carcomen nuestra sociedad, pero como humanista secular exigiré rigurosidad en todos sus argumentos para evitar acusaciones sin fundamento. Siempre será preferible liberar a 10 culpables que acusar a 1 solo inocente. Necesitamos veedores que estén atentos a nuestra sociedad, pero debemos exigir de ellos un trabajo ético porque de lo contrario volveremos a los tiempos en que la sola “evidencia espectral” será suficiente para condenar a la hoguera.
Mientras sigamos disparando al aire sin medir consecuencias, juzgando sin escuchar todas las versiones, pensando que somos mejores que aquellos que no corrieron con la misma suerte que nosotros, y permitiendo que los prejuicios, el odio, la rabia o la envidia alteren nuestra percepción, seguiremos comportándonos como los crustáceos de la tragicomedia de los cangrejos colombianos que se acumulan hasta el borde del balde en el muelle sin que ninguno logre escapar al mar, porque cada que alguno trate de salir los demás lo arrastrarán de vuelta. Si seguimos así jamás lograremos una sociedad que asegure a sus integrantes la posibilidad de buscar la felicidad, porque siempre estaremos atentos a evitar cualquier conato de felicidad ajena.