La grandeza que fue Roma
febrero 5, 2011 Publicado en Arte Punto de Vista— Espera un momento —dijo el profesor MacHugh levantando dos garras tranquilas—. No tenemos que dejarnos llevar por las palabras, por el ruido de las palabras. Pensemos en la Roma imperial, imperiosa, imperativa.
Desde gastados puños de camisa manchados alargó sus brazos declamatorios, haciendo una pausa:
—¿Cuál fue su civilización? Vasta, lo concedo: pero vil. Cloacas: alcantarillas. Los judíos en el desierto y sobre la cima de la montaña decían: Aquí se está bien. Levantemos un altar a Jehová. El romano, como el inglés, que sigue sus pasos, aportó a cada nueva playa donde posaba sus plantas (nunca las posó en nuestras playas1), su única obsesión cloacal. Envuelto en su toga miraba al rededor de él, y exclamaba: Aquí me parece bien. Construyamos una letrina2.
— Eso mismo hacían nuestros antiguos antepasados —dijo Lenehan—, según podemos leerlo en el primer capítulo de Guinnes; tenían verdadera debilidad por el agua corriente.
— Eran los caballeros de la naturaleza —murmuró J. J. O’Molloy—. Pero también tenemos la ley romana.
—Y Poncio Pilatos es su profeta— respondió el profesor MacHugh.
— [El punto es,] siempre fuimos leales a las causas perdidas —dijo el profesor—. Para nosotros el triunfo es la muerte del intelecto y de la imaginación. Nunca fuimos leales a los triunfadores. Los servimos. Yo enseño el retumbante latín. Hablo la lengua de una raza en el pináculo, de cuya mentalidad es la máxima: el tiempo es oro. Dominación material. Dominus! ¡Lord! ¿Dónde está la espiritualidad? ¡Lord Jesús! Lord Salisbury. Un sofá en un club del West End. ¡Pero los griegos!
Una sonrisa luminosa le hizo brillar los ojos dentro de sus discos oscuros y alargó sus largos labios.
— ¡Los griegos! —dijo otra vez—. ¡Kirios! ¡Palabra refulgante! Las vocales que los semitas y los sajones no conocen. ¡Kyrie! La radiación del intelecto. Tendría que profesar el griego, lengua del espíritu. ¡Kyrie eleison! El fabricante de letrinas y el fabricante de cloacas nunca serán los señores de nuestro espíritu. Somos vasallos de esa caballería europea que sucumbió en Trafalgar, y del imperio del espíritu, no un imperium, que se hundió con las flotas atenienses de Ægospotamos. Sí, sí. Se hundieron. Pirro, engañado por un oráculo, hizo una última tentativa para recuperar las fortunas de Grecia. Leal a una causa perdida.
— Extracto de Ulises de James Joyce
muy bueno!