El arruyo del mar

septiembre 13, 2009 • Publicado en Punto de Vista• Viajes
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Así como llegan las lluvias que duran días, también llegan al pacífico los días de cielos despejados y azules aburridos -como describen a los cielos sin nubes los libros de fotografía-. En lo personal no comparto esta postura porque para mi es extraño encontrarme con un cielo totalmente azul, y esta primera mañana en Ladrilleros era tal cual la describen los libros de paraísos azules en el Caribe. Un cielo despejado, de un azul intenso y profundo, acompañado por una pipa de agua de coco que José abrió con una destreza envidiable. El mismo José sería nuestro guía por la zona de manglares.

Caminamos por los senderos pavimentados que han construido los integrantes de Econatal, la fundación que vela por el cuidado del frágil ecosistema de los manglares de Juanchaco, hasta llegar al puerto de las chalupas y la zona de astilleros; José caminó entre las chalupas hasta encontrar una en especial, y bongeó (remar usando una bonga) de vuelta hasta donde esperábamos.

La primera impresión del manglar es la de su capa superficial, en apariencia viscosa, que en realidad se trata de una rica fuente de nutrientes para los peces y los árboles; lo que en perspectiva parece contaminación es en realidad parte importante del entorno.

Los manglares son uno de los ecosistemas más complejos y frágiles que existen. Por estar al borde del mar las mareas lo llenan con agua salada, y con la bajamar el agua dulce de los ríos ocupa el espacio que deja el agua salada, por eso el agua del manglar es llamada ‘salobre’, porque no tiene la concentración de salinidad que tiene el agua de mar. Los árboles de mangle asemejan brazos que se apoyan al piso con sus dedos estirados, evitando así que sus troncos se sumerjan en el agua cuando la marea sube. Las semillas de estos árboles son alargadas y al caer se entierran hasta cierto punto en el fango del piso, lo que les da estabilidad contra las corrientes mientras van creciendo.

 
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Entre las raíces del manglar crece la siguiente generación de peces y langostinos de la región, protegida de los depredadores. Este es el motivo por el cual el mangle es tan importante para el ecosistema de la zona.

Mientras avanzábamos, el bongero entonaba una canción sobre las leyendas locales, en el mismo tono melancólico en el que María la noche anterior había cantado sobre el daño que le estamos haciendo al manglar. Un poco como en Venecia, diría un turista de mundo, pero en el estilo sobrecogedor que transmite el sentir del pueblo afrocolombiano.

El final del caño que habíamos recorrido lleva a una piscina natural llamada Nato Bonito, alimentada por dos cascadas y en donde se pueden ver peces y calamares de agua dulce. Improvisamos un trampolín desde una de las cascadas, y nadamos un rato en la piscina natural.

El recorrido de vuelta a Ladrilleros pasa por un caserío con bohíos indígenas, en donde los Waunan venden sus artesanías. A nuestro paso los niños corrían de casa en casa hablando en su lengua nativa y esquivando nuestra presencia.

Nota extra: mis compañeros de viaje perdieron su boleto de regreso, así que expusieron su caso en el muelle al regresar, y la respuesta fue que debían comprar un pasaje de retorno. Si los operadores de turismo de Colombia tratan de esa forma a sus clientes, es imposible que alcancen un estándar de calidad competitivo en la industria sin chimeneas, la principal fuente de ingreso de Juanchaco y Ladrilleros. Deberían pensarlo mejor la próxima vez que busquen sacar ventaja de un cliente. Y para rematar otro turista se veía bastante molesto porque el acomodador de las lanchas lo había embarcado a él y su familia después de un grupo que había llegado posterior a ellos. La logística no es el fuerte de las empresas turísticas del pacífico colombiano, y aun así tienen el recurso para ser un destino de talla mundial.

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