El algoritmo inteligente
marzo 5, 2009 Publicado en Punto de VistaEsto lo escribo a propósito de las conferencias que se están llevando a cabo en el Vaticano para demostrarle al mundo (aunque no veo cómo lo van a conseguir) que la teoría de la evolución por selección natural nunca ha sido atacada por el Vaticano. William Levada, sucesor de Herr Ratzinger en el solio para la doctrina de la fe (entidad antes conocida como la santa inquisición) dijo textualmente que «en sí mismo Darwin no fue un problema, sino que el problema nació cuando Darwin se transformó automáticamente en darwinismo, es decir, en una filosofía de la historia y de la realidad sobre una base científica», lo que mas o menos traduce que el problema no tiene que ver con Darwin, sino con el darwinismo. Algo similar he pensado desde ya hace tiempo con respecto a la religión del Sacro Imperio Romano-Vaticano: El problema no es con Cristo, sino con el cristianismo.
Los primeros que atacaron a Darwin desde los púlpitos lo declararon hereje, y hasta le auguraron la condenación eterna. Pero esta teoría, tildada de pecaminosa por destronar al hombre del centro de la creación y desconocer a Dios como creador directo, tuvo aceptación en algunos integrantes del clero, quienes vieron en la evolución por selección natural el mecanismo con el cual Dios demostraba su grandeza como diseñador, identificando las posibles leyes por las cuales las distintas especies habrían logrado colonizar este mundo cambiante. Para algunos teólogos anglicanos de la época creer en milagros era una práctica atea porque implicaba aceptar la posibilidad de romper con las leyes divinas, y por tanto la teoría de Darwin estaba en concordancia con sus ideas porque, desde su perspectiva, explicaba la lógica divina detrás de la biología.
Infortunadamente la gran masa escuchó los ataques que tildaban la idea de la evolución por selección natural como una idea contraria a las bases mismas de las religiones abrahámicas, que ubican al hombre en un lugar de privilegio en el universo. El libro del Génesis dice que Dios al final de la creación le entregó al hombre potestad sobre todo lo creado, y en el Corán, en la Sura de La Vaca, Alá dejó claro que pondría en la tierra un sucesor, quien habitaría el jardín y comería y bebería de él cuanto quisiera. Esta promesa divina está tan arraigada en el ideario colectivo de la humanidad que cualquier hipótesis que lo aleje de su lugar de privilegio en el mundo creado por Dios para el beneficio del hombre será atacada con total ferocidad. A nadie le gusta que lo destronen de su asiento de honor. Darwin había puesto la observación de la realidad al servicio de la humanidad, y la cosmogonía común a judíos, musulmanes y cristianos se topaba con una idea que se atrevía a juzgarla, con pruebas sólidas en su momento, y pruebas aun más sólidas por venir.
Mi perspectiva sobre la cosmogonía llega hasta el big bang, discernir lo que haya ocurrido siquiera un segundo antes se escapa a mis capacidades, así que solo medito desde la gran explosión para acá. También medito desde mi perspectiva como ingeniero, ya que solo puedo hablar de lo que entiendo y he estudiado. Para mi, tener un buen diseño es un gran paso en el desarrollo de una aplicación, porque implica que este diseño podrá funcionar ante cualquier eventualidad, pero desarrollar un algoritmo inteligente capás de recuperarse de los errores por sí solo es toda una quintaesencia. Si analizamos la realidad de la naturaleza podríamos llegar a concluir que en caso tal de existir un diseñador directo del mundo, entonces habrá que pasarle varias quejas porque dejó muchos problemas sin corregir. Las pruebas de esta realidad las hay por montones, baste por el momento con dos casos para demostrar el problema de suponer un diseñador directo: a) los abortos naturales y b) las muertes por asfixia (el problema de comer y respirar por el mismo tracto). Pero si analizamos el cuadro general como si se tratara de un algoritmo genético dentro del cual el azar juega un papel preponderante, y nos atreviéramos a sacar al hombre de su papel como principal objetivo del algoritmo, y aceptamos que ese puesto de honor lo tiene el equilibrio dentro de los ciclos cambiantes del cosmos, y que por valor agregado la perpetuidad de la vida se convirtió en el objetivo último, entonces no cabe duda que este algoritmo es, desde una perspectiva de ingeniería, perfecto. El hambre, el dolor y la miseria como elementos que desvirtúan esta perfección nunca tendrán respuesta porque el objetivo del algoritmo no es el que sus integrantes no sufran. Este algoritmo inteligente busca perpetuar los sistemas a través del equilibrio en sus funciones de transferencia. Aquellos sistemas que no logren el equilibrio desaparecerán, llevados hasta la exterminación de sus propios recursos, imposibilitados para recuperarse. Así el algoritmo inteligente emplea la destrucción como parte del ciclo, y sobre las cenizas de estos sistemas extintos creará nuevos modelos que poblarán el espacio que quedó disponible. Y si este espacio queda inhabitable, aun hay todo un cosmos por colonizar.
No quiero con esto decir que ‘Dios diseñó este algoritmo’, eso se lo dejo a los teólogos, lo que busco es dejar claro que desde mi punto de vista el algoritmo evolutivo por la selección natural es, por mucho, más perfeccionado que el diseño inteligente, y que incluso personas religiosas pueden encontrar y han encontrado en la evolución una señal de la presencia divina. Solo es cuestión de reconocer con humildad que no somos, ni hemos sido jamás, el centro del universo, realidad que la ciencia (la verdadera ciencia) nos recuerda todo el tiempo al demostrarnos lo insignificantes y prescindibles, pero a la vez valiosos e irrepetibles, que somos.